La comedia nueva o El café, Fernández de Moratín

El siglo XVIII resulta muy interesante en la historia de la literatura española ya que, si bien por un lado se caracteriza por una producción literaria de escasa calidad (debido a las férreas normas neoclásicas), también es cierto que, en este periodo, el debate literario fue muy intenso y eso siempre resulta provechoso.

Ese pararse a pensar en cómo mejorar las cosas (algo que debería hacerse más a menudo en el mundo en general) llevó a teorizar sobre diversos géneros y formas literarias y, aunque no conllevó grandes frutos, sí logró un importante éxito al renovar de alguna manera el teatro, estancado en la comedia barroca, machacada y ya carente de sentido.

Así, muchos fueron los que lo intentaron (Ramón de la Cruz con sus sainetes, Jovellanos con su comedia lacrimosa, García de la Huerta con la tragedia, Iriarte y la comedia educativa) pero sólo uno lo logró: Leandro Fernández de Moratín. Su fórmula fue una conjunción entre el respeto a las normas clásicas (las tres unidades, evitar aspectos desagradables, etcétera) y la inclusión de la naturalidad (el verso deja paso a la prosa, los temas son de actualidad burguesa, etecé).

Debo reconocer que, hasta esta semana, no había leído ninguna obra suya, así que me propuse remediarlo y me hice con una recopilación de sus comedias. Leí la clasiquísima ‘El sí de las niñas’ (ya hablaré de ella otro día) y ‘La comedia nueva o El café’. Esta última me gustó más ya que me pareció bastante original, tanto en personajes (ese pedante fantasma, ¿quién no se ha topado con alguno en su vida?, y los falsos amigos y aduladores) como en tema (el debate literario en sí mismo).

Seguro que en su época debió ser toda una experiencia su representación sobre las tablas puesto que presenta en escena una polémica absolutamente candente de actualidad, debe ser algo así como la sensación esa de verse a uno mismo desde fuera.

Y pienso que no debe ser fácil lograr lo que él hizo, así que se merece todos mis respetos; pero, sobre todo, le agradezco haber instaurado la prosa en el teatro y es que no soporto la versificación dramática. Así que un brindis para este señor.

La propuesta que hoy lanzo como tema a debatir entre mis muchos y amables seguidores es la siguiente: ¿qué otros autores destacaríais en materia de renovación dramática a lo largo de la historia de la literatura española? Gracias por vuestros múltiples comentarios.

Artículos de costumbres, Larra

Ni San Francisco de Asís ni San Iñaki Gabilondo. Si los periodistas (los de verdad) se encomiendan a alguien, lo hacen a don Mariano José de Larra, padre de todos los plumillas y, para mayor gustito, romántico como él solo, tanto que acabó por pegarse un tiro de sien a sien a la mítica edad de 27 años (Hendrix, Joplin, Morrison y Winehouse, entre otros, forman parte de ese selecto club).

Así que, desde que tengo memoria, siempre he querido leer a Larra. Aunque publicó algo de teatro (de poco valor e inspirado en asuntos autobiográficos), lo suyo fue el periodismo con mayúsculas. En ese apartado, y siempre dentro del género de opinión, encontramos tres tipos de artículos: políticos, literarios (principalmente dramáticos) y de costumbres, siendo los últimos los más famosos.

De la biblioteca de mi barrio extraí un ejemplar de sus artículos de costumbres y, como imaginaba, fue todo un placer leerle por muchos motivos: por su gran profundidad a la hora de reflejar y diseccionar a la sociedad; por su ojo siempre atento y curioso; por su doliente y sincera preocupación reformista por España; por sus temas de gran actualidad (sí, todavía, más de 100 años después); por su amplia gama de ironía, desde la más fina hasta la más punzante y ya tendente al humor negro; por su siempre acertado uso del vocabulario; por su maravilloso poso romántico, etcétera, etcétera.

Si, además, la edición en cuestión te coloca los textos en orden cronológico, el resultado es la participación como observador externo al paulatino descenso a los infiernos del madrileño, desde sus artículos más alegres (eso sí, sin perder la crítica) y confiados en el progreso hasta los más pesimistas y hundidos, en los que no queda espacio para esperanza.

En fin, son, los ‘Artículos de costumbres’, todo un placer para los amantes de la literatura, y no sólo los periodistas, ya que siempre resulta interesante ser testigo de esa extraña y siempre magnífica unión entre periodismo y letras bien desde el cuarto género (el didáctico-ensayístico) bien desde el costumbrismo narrativo, con origen en Mesonero Romanos.

Aunque el ensayo nunca ha sido mi género preferido, ¿alguna buena recomendación en ese sentido? Gracias por tu visita.

Historia de una escalera, Buero Vallejo

Cuando llegué a la excelsa obra de Buero Vallejo, me encontraba totalmente devastada después de unas durísimas oposiciones, así que leer ‘Historia de una escalera’ fue para mí como un soplo de vida, un motivo para seguir adelante porque ¿no es de justicia cósmica enseñar a los jóvenes dramas como este, capaces de cambiar la existencia de los hombres?

Es, ‘Historia de una escalera’, de esas obras (que tanto abundan debido a los tiempos que corren) que nunca han estado más de actualidad. Su temática social (subgénero que inauguró Buero Vallejo en España con este drama) resulta tan profunda e intensa que duele a cualquiera que posea un poco de sensibilidad por el mundo que le rodea.

Así, con una historia de amor (más bien, de desamor) como hilo conductor, el espectador presencia la huella que el paso de los años (creo recordar que hasta 20) deja en una pequeña comunidad de vecinos con sus gestas, sus aspiraciones, sus desengaños y sus promesas que, antes de ser pronunciadas, ya se sabe serán incumplidas.

El final resulta desolador. El tiempo, ese juez despiadado, nos demuestra que nada cambia y que no podemos luchar contra el destino. En definitiva, literatura con mayúsculas, de esa que hace que todo valga la pena.

¿Alguna obra de teatro social para recomendar? Tenía pensado echarle el diente a ‘Esperando a Godot’, ¿qué me aconsejáis? Gracias por la visita.

Nada, Laforet

Desde que recuerdo, la novela ‘Nada’ siempre ha estado en mi lista de tareas pendientes así que cuando la vi en la estantería de una amiga, me abalancé sobre ella (sobre la obra, no sobre mi amiga) y me lancé a su lectura. Se trata, realmente, de un libro verdaderamente innovador en relación con todo (o, más bien, lo poco) que se estaba publicando en ese momento, así que su fama resulta bien merecida.

Es, ‘Nada’, una novela en la que no ocurre, efectivamente, nada especial, tan sólo es la historia en primera persona de una joven de la época (tímida, sencilla, abrumada, apocada) que vive un curso escolar universitario en casa de sus tías en Barcelona.

Representa, así, ese vacío existencial y el pesimismo vital que impregnaba en los habitantes la durísima posguerra española. Realmente, es una etapa muy interesante de la literatura española y, aunque sobreabunde la baja calidad literaria, encontramos joyas como esta novela.

¿Podéis recordar vuestra novela preferida de posguerra? Yo diría ‘La familia de Pascual Duarte’, pero es que aún tengo que leer Torrente Ballester, ¿alguna recomendación sobre éste último? Gracias por visitarme.

El burlador de Sevilla y convidado de piedra, Tirso de Molina

Siempre quise leer ‘El burlador de Sevilla y convidado de piedra’, de Tirso Molina, por varios motivos. En primer lugar, me interesaba mucho conocer el origen del grandísimo mito de don Juan y, en segundo lugar, quería saber cómo era la obra que tan ingente influencia derramó por todo el arte europeo en un momento histórico en el que las noticias no volaban (gracias a Internet) como hoy en día; así pues, esperaba encontrarme con una representación poderosa, inaudita para la época y de gran arrastre.
Es, ‘El burlador de Sevilla y convidado de piedra’, una obra muy distinta a lo que por aquel entonces se representaba en los teatros. Efectivamente, tenemos un historia muy original (la rápida vida de un libertino) con un tema muy de la época (la salvación -en este caso, no salvación- del alma) y con todos los preceptos barrocos (eliminación de la norma de las tres unidades, paisajes varios, el tiempo como elemento que transcurre rápido y que da paso a la muerte, personajes como el gracioso, etcétera).
Creo que lo mejor es, obviamente, el personaje de don Juan (así como su terrible fin, con fantasma y muerte por combustión espontánea de por medio), inédito hasta entonces sobre las tablas. Se trata de un hombre que, ante todo, busca su propio goce (centrado en las mujeres), pero no de una forma cualquiera, sino voraz, inminente, con una prisa mortal y con la expresión «muy largo me lo fiáis» como emblema.
En cuanto al estilo (y quizá para mi vergüenza), debo reconocer que no lo disfruté tanto, pero es que el teatro en verso me resulta tan antinatural y cargante… Lo sé, sé que el teatro, cuando nació, lo hizo en verso, pero es que no puedo soportarlo.
Hoy, para finalizar, hago una propuesta de debate estilo ‘trivial quiz’: ¿cuántas obras somos capaces de citar inspiradas en ‘El burlado de Sevilla y convidado de piedra por cinco pesetas la obra? Empezamos con el ‘Don Juan’ de Molière y ‘don Juan Tenorio’ de Zorrilla, tic, tac, tic, tac.

 

La madre naturaleza, Pardo Bazán

Ayer terminé de leer ‘La madre naturaleza’, de Emilia Pardo Bazán, después del susto (gracias por nada, j$@=#% editorial de oposiciones) que supuso conocer que esta obra es la continuación de ‘Los pazos de Ulloa’ (y no una novela independiente como venía en mis apuntes).

Asimilado el espanto inicial, no tuve más remedio que lanzarme a esa segunda parte porque ¿quién concluiría su lectura, por ejemplo, en la primera idem de ‘El Quijote’ sabiendo que hay dos? Además, ‘Los pazos de Ulloa’ me gustó bastante, así que ¿por qué no darle una merecida oportunidad a su hermana?

Es, ‘La madre naturaleza’, algo menor en calidad que la primera ya que, a mi parecer, la autora demora demasiado el intríngulis de la novela (la noción de la existencia de incesto por parte de sus acometedores) de una forma engorrosa, como si no supiera de qué manera desarrollar esa idea central. Así que al principio se dedica a meter mucha paja, por decirlo mal y pronto.

Ciertamente, hay cosas interesantes en toda esa paja, pero al final de la lectura siento que hay muchas cosas que la condesa se ha dejado en el tintero, sobre todo teniendo en cuenta que con dos obras tienes tejido todo un universo de personajes y ambientes en los que puedes seguir profundizando o, partir de ellos, tratar asuntos nuevos.

En cualquier caso, su lectura está recomendada, al menos para cerrar ese final abierto que queda tras ‘Los pazos de Ulloa’ ya que todos los que nos consideramos amantes de la lectura siempre andamos pensando cómo continuarían los libros que leemos; así que si ya te dan esa prolongación, no puedes por menos que leerla.

Y abramos el debate, ¿qué otros libros con segundas partes habéis leído y qué os han parecido con respecto a su novela primigenia? Gracias por tu visita.

Yerma, García Lorca

Ayer vi en el telediario que ha llegado a los escenarios de Madrid, tras un periplo por toda España, una representación de ‘Yerma’, del nunca suficientemente llorado Federico García Lorca. Debe ser toda una experiencia asistir a las actuaciones de los grandes dramas del país, pero hasta entonces me debo contentar con su lectura, no menos agradable (aunque el teatro siempre pierde algo sin su representación, como la poesía sin una lectura en voz alta).

En la búsqueda de la mejor tragedia nacional, me sumergí en el teatro de Lorca. Y aunque su obra maestra en este subgénero (por cierto, el primero que apareció en la dramaturgia) sea la grandísima ‘La casa de Bernarda Alba’, hoy quiero hablar de ‘Yerma’, muy bien escrita (por fin abandona Lorca el verso en el teatro, que tanta estridencia me produce, aunque no puede evitar meter romances y cancioncillas que recitan los actores), algo que huelga decir, la verdad, porque el granaíno sabía de lo suyo como pocos.

Pero lo que más me gusta de ‘Yerma’ es, aparte de su original tema (la infertilidad y, junto a ella, la frustración, la falta de libertad, el sometimiento de la mujer), su honda carga trágica en la que una mujer, tratando de huir de su fatal destino, acaba por provocar su desencadenación, todo impregnado en el lirismo lorquiano tan único e irrepetible. Eso sí, su final resulta algo… cómo decirlo, ligeramente inverosímil, pero ello no logra mitigar ni un ápice el duende y la magia de su andalucismo universal de su dramaturgia.

Prohibido suicidarse en primavera, Jardiel Poncela

El membrete de «teatro de lo inverosímil» era tan atractivo que me resultaba imposible apartar mis ojos de él, quería saberlo todo y leerlo todo sobre él, así que me lancé a la aventura y tomé prestado de la maravillosa biblioteca pública de mi barrio un volumen con una colección de obras de Jardiel Poncela, el autor de este creativo teatro de lo inverosímil.

Su drama más conocido es probablemente ‘Eloísa está debajo de un almendro’ (al cual dedicaré en el futuro un post), pero a mí me gustó más ‘Prohibido suicidarse en primavera’ que, además, cuenta con la presencia de dos intrépidos periodistas como personajes principales.

Es, ‘Prohibido suicidarse en primavera’, todo un paradigma de lo que supone el teatro cómico de Poncela: ambientes y decorados nada usuales, personajes nuevos y originales, y el amor como centro de todo. En fin, resulta difícil de definir cuan diferente y especial es este teatro, lo mejor es leerlo porque además se hace de manera rápida y amena.

Misericordia, Pérez Galdós

Nunca deja de sorprenderme la rabiosa contemporaneidad de algunas obras centenarias. Lo peor de todo esto es que esos libros hablan de periodos tristes y lúgubres de nuestra historia, lo cual me lleva a pensar (más que el hecho de que todo se repite cíclicamente) que nunca aprendemos de nuestros errores como país.

En esta línea encontramos novelas grandísimas como ‘Luces de bohemia’, pero también otras más pequeñas aunque igual de clásicas. Hoy quiero dedicar el post a una de esos libros discretos: ‘Misericordia’, de siempre enorme Benito Pérez Galdós, con quien la novela española alcanzó su madurez.

Me llevó a leer esta obra la explicación sobre el sentido y finalidad de la misma según su propio autor, que no es otra que poner en relieve la caridad como valor moral necesario para la modernización de España y como base sobre la que reconciliar a la sociedad; hermoso, ¿verdad? Siempre veneré en Galdós ese hondísimo humanismo.

Pues bien, es, ‘Misericordia’, toda una tesis sobre esa necesidad de caridad y la ingratitud, en muchos casos, como terrible recompensa. Destaca sobre el papel la magnificiencia galdosiana a la hora de describir escenas, ambientes y lugares madrileños, así como su perfecto dibujo de las almas y de las personalidades. Eso sí, su final resulta algo abrupto, como si se hubiera dado prisa al final por escribir las últimas líneas, aunque ello no logra desbaratar la obra en su conjunto.

Recomiendo fervientemente la lectura de ‘Misericordia’ para conocer esa tesis galdosiana (la cual comparto), tan útil sería de aplicar en los momentos locos que vivimos y que se podría resumir en la siguiente idea: sería posible cambiar el mundo si todos nos preocupáramos por ser un poquito más amables entre nosotros en el día a día, y es que, el primer paso, es recuperar la humanidad perdida.

Chic@s, ¿hacemos una lista de libros antiguos con rabiosa actualidad? Gracias por comentar.

¡Rebeca!, Gómez de la Serna

Las vanguardias siempre me han supuesto un quebradero de cabeza, quiero decir, a la hora de estudiarlas. Y es que son tantas, tan distintas y anárquicas que, ya en el instituto, relegaba su empolle al último lugar. Ello no significa que, de la misma manera que las rehuyo en materia mnemotécnica, me desinterese por ellas, bien al contrario, las vaguardias han ejercido sobre mí una poderosa atracción desde el inicio.

Adoro de ellas ese espíritu libre, rebelde, desordenado, experimental, impredecible. Lo malo (si es que puede haber algo malo en los ismos) es su escasez de obras como tal, sobre todo en cuanto a literatura si bien a nivel pictórico, escénico o cinematográfico han sido más fáciles de plasmar.

Así que cuando leí que Ramón Gómez de la Serna (¿y quién si no, señor?) había escrito unos cuantos libros adheridos a la corriente vanguardista del surrealismo que él había bautizado con el nombre de «novela de la nebulosa», me lancé a su búsqueda. ¡Por fin narrativa de avant garde! Y, para mayor gloria, en castellano, sin traducciones de por medio.

Y cuando me hice con la principal novela de esta serie, ‘¡Rebeca!’ (título excelente, ¿verdad?, exclamación y vocativo a la vez), comprendí por fin por qué es tan difícil de encontrar prosa vanguardista.

Es, ‘¡Rebeca!’, una asociación ininterrumpida y caprichosa de elementos al azar de forma que se crea una suerte de greguería de doscientas páginas difícil de aprehender y, para qué engañarnos, extenuante. Me costó mucho acabar de leer esta obra y es que al principio trataba de visualizar todas las metáforas (la gran mayoría de ellas compuestas a base de complementos del nombre y de símiles surrealistas) para saborearlo todo y no perderme ni una de sus fantásticas imágenes, pero al final tuve que optar por leer sin pararme a dibujar esas locas ideas y comparaciones en mi cabeza porque, de lo contrario, iba a tardar un siglo en terminar la obra (y cuando se trata de volúmenes prestados de la biblioteca pública, el tiempo es oro).

En cualquier caso, fue toda una experiencia y me alegro mucho de haberme lanzado a esa empresa porque siento que ello me ha hecho acercarme un poquito más a las vanguardias y a su proceso de creación, tarea donde las haya en el mundo de las letras.

En cuanto al tema, el de siempre: la búsqueda del amor, en el que la amada se eleva a categoría total y absoluta de utopía imposible. Cuanto menos, interesante, aunque de nuevo topemos con ese personaje central burgués, mimado e insatisfecho que tan poco me agrada, versión masculina de mi siempre odiada madame Bovary.

Y bueno, tras ese descubrimiento vanguardista, ¿alguien recomienda alguna obra en materia de ismo? Gracias por tu visita.